Por: Dra. María del Valle Basail Buschiazzo
Como lo dijese en cada oportunidad en la que tengo el inmenso privilegio de encontrarme con ustedes a través de éste medio, los procesos de familia están atravesados por las emociones. Siempre. Desde el principio hasta el final. Y ese comienzo, no se da cuando los abogados intervenimos, extrajudicialmente o incoando ante la Justicia una demanda. No. Ese proceso tiene su génesis antes. Cuando las diferencias fueron aumentando. Cuando los conflictos que advertimos en toda familia, ya no ayudan a mejorar a crecer, sino que destruyen. Cuando las tristezas superan a las alegrías, cuando las distancias se hacen más profundas y por sobre todo, se ha perdido el respeto por el otro, y en ello, el respeto al grupo familiar entero.
Ser conscientes de lo antes dicho, hace que la realización del ordenamiento jurídico familiar, del Derecho de Familia, tanto de fuente interna como internacional, a través de los juzgadores, sea integral, resolviendo los planteos de quienes llegan a un tribunal, de manera legítima, conforme a derecho, pero desde la humanidad, la empatía y, como lo señala con tanta claridad, la Dra. Agustina Díaz Cordero, el acompañamiento. Porque la Justicia de Familia debe ser de tutela, de cuidado pero de acompañamiento en todo el proceso que afecta, que atraviesa a quienes a ella recurren, que no son un número de expediente son personas que sufren, que sienten impotencia, angustia y hasta mucha veces, descreen de la ley y de quienes la aplican.
Dicho esto, resulta vital hablar de una realidad casi constante: el uso de los hijos, niños y adolescentes que forman parte de un juicio específico, como armas de batalla, como un instrumento de coacción, como una ERRÓNEA forma de lograr lo que desean.
Los testigos de violencia, sea cual fuere su especie, son víctimas también. Son víctimas.
Cuando los hijos parte esencial en un proceso de familia, y reitero, judicial o extrajudicial, advierten comportamientos de sus progenitores que sólo buscan dañarse mutuamente, y no lograr la resolución de sus discrepancias en armonía y pensando en ellos, se vuelven sin lugar a dudas en víctimas silenciosas. Heridas hasta lo más profundo y eso, eso no hay terapia que lo borre. El desamor, el grito permanente, los insultos, el sometimiento a interrogatorios sobre la vida del otro papá o de la otra mamá, van deteriorando la salud mental de esos hijos, y lo que es peor, su felicidad.
El Juez, los abogados, los profesionales consultados, deben tener como prioridad la estabilidad y el bienestar de los menores de edad involucrados en un proceso de familia, sin excusas. Ello implica tener o desarrollar la capacidad de detectar cuándo lo pedido, lo argumentado es en pos de ese bienestar y cuándo sólo para canalizar los sentimientos no resueltos con el otro.