La justicia santafesina condenó a 15 años de prisión a un hombre de 44 años por haber abusado sexualmente de su propia hija durante varios años de su infancia. La sentencia, dictada en un juicio oral por el juez Sergio Carraro, expone no solo la gravedad de los hechos, sino también una crisis más profunda: la degradación del núcleo familiar como espacio de protección.
El acusado, identificado por sus iniciales M.S.Q. para preservar la identidad de la víctima, fue hallado culpable de abuso sexual gravemente ultrajante y de promoción de la corrupción de menores, ambos agravados por el vínculo familiar, la guarda y la convivencia. Los abusos comenzaron cuando la niña era alumna de primaria, y se repitieron durante años, incluso tras la separación del agresor y la madre de la víctima.
La investigación fue llevada adelante por el fiscal Roberto Olcese, quien destacó que, a pesar de que la víctima no pudo brindar testimonio directo en ninguna etapa del proceso, fue clave la labor de los equipos interdisciplinarios y las pruebas reunidas, entre ellas una entrevista en cámara Gesell a un menor testigo de los hechos. “El condenado utilizaba amenazas y manipulaciones emocionales para silenciar a los niños”, explicó el fiscal, quien resaltó que los abusos se producían muchas veces cuando el padre quedaba a cargo del cuidado de su hija.
Uno de los datos más estremecedores del caso es que un hermano menor de la víctima presenciaba con frecuencia los episodios de abuso. La dinámica intrafamiliar construida por el agresor no solo vulneró los derechos de la niña, sino que también expuso a otros niños a una convivencia marcada por el miedo, la confusión y el silencio.
La causa se inició en marzo de 2022, cuando la víctima se animó a hablar con una tía materna. Fue esa conversación la que encendió la alarma y permitió a la madre presentar la denuncia que puso en marcha el proceso judicial. Desde entonces, la menor fue acompañada por profesionales especializados que trabajaron para garantizar su bienestar emocional en un contexto profundamente traumático.
Este caso pone en evidencia una realidad que, aunque a menudo permanece oculta, atraviesa muchas comunidades: el abuso sexual infantil dentro del entorno familiar. Situaciones en las que el agresor no es un extraño, sino alguien en quien la víctima debía poder confiar. Estos crímenes no solo marcan la vida de quienes los padecen, sino que reflejan una fractura profunda en el tejido social, donde el silencio y la impunidad pueden perpetuarse si no se rompen con acciones concretas.